domingo, 8 de marzo de 2015

21 años después...

1994 fue el año en el que el acuífero 23 se declaró definitivamente como sobreexplotado, una situación de emergencia que 21 años después sigue siendo una triste realidad.

Las leyes de saneamiento de riberas y zonas pantanosas de los ríos Guadiana, Záncara, Cigüela y afluentes emitidas desde los años 40 fueron el germen, a las que siguieron las leyes de colonización de los años 50, con prácticas que durante varias décadas supusieron el drenaje de más de 30.000 hectáreas de zonas encharcadas para convertirlas en campos de cultivo, la canalización de los principales ríos de La Mancha Húmeda y la potenciación de los sistemas de regadío. Las consecuencias no se harían esperar, en 1982 se secan por primera vez en toda la historia durante unos meses los Ojos del Guadiana, y en 1984 se secan definitivamente en un punto de no retorno. Un ecosistema único en el mundo que había identificado a La Mancha durante milenios, que había sido el hogar de los habitantes de la Cultura de las Motillas y había condicionado de tal manera su vida que sus construcciones se erigían sobre las láminas de agua, destruido en apenas unas décadas. Pero el proceso de destrucción ya era imparable, en 1987 se declaraban provisionalmente sobreexplotados los acuíferos 23 y 24, hasta que en 1995 (1989 en el caso del acuífero 24) se declararon como definitivamente sobreexplotados. 

Hoy, tras un periodo húmedo y una mayor racionalización de los sistemas de regadío la situación sobre los acuíferos y los humedales ha mejorado, sin embargo la situación sigue siendo muy grave y no podemos considerarla de otra manera su mientras el acuífero 23 continúe sobreexplotado, mientras el 60% de todos los pozos que extraen agua en la zona sean ilegales y saquen agua sin control ninguno, sin que la Junta de Castilla-La Mancha ni la Confederación Hidrográfica del Guadiana pongan todos los medios necesarios, mientras de manera general siga saliendo más agua de la que entra. Los regantes y los sindicatos agrarios tienen que entender que por encima de sus intereses económicos, está la conservación del medio del que dependen, porque sin él no tendrán sustento. 

La imagen del subsuelo de las Tablas de Daimiel ardiendo fue un lamentable recordatorio de la triste realidad en la que aún vivimos, y aunque las abundantes lluvias caídas en los últimos apagaron esas llamas, no tapan otra de las miserias que arrastramos: la contaminación. Altos niveles de nitratos procedentes de la agricultura, vertidos industriales contaminantes y aguas urbanas sin depurar son otro de los lastres que arrastramos desde décadas, y que han puesto en riesgo el estado de conservación  de las aguas del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, entre otros humedales. 

El único recuerdo que nos queda de los Ojos del Guadiana es un puñado de fotos en blanco y negro. No dejemos morir lo que aún tenemos, y luchemos por su conservación

Castella Natura

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